—Ahí está otra vez —decía Lillian Wright, colocando las celosías de la manera más conveniente para mirar—. Ahí está, George. —?Quién está ahí? —preguntó el marido, intentando conseguir el contraste adecuado en el televisor, para poder contemplar a gusto el partido de béisbol. —La se?ora Sakkaro —respondió la mujer, y luego, para evitar el inevitable: ??Quién es la se?ora Sakkaro??, a?adió precipitadamente—: Son los nuevos vecinos, ?por amor de Dios! —?Ah! —Tomando un ba?o de sol. Siempre tomando ba?os de sol. Me pregunto dónde estará su chico. Suele estar fuera de casa, en un día bueno como éste, allí en aquel patio tan grande que tienen, tirando la pelota contra las paredes de la casa. ?No le has visto nunca, George? —Le he oído. Es una variante del tormento chino del agua. ?Bang! contra la pared, ?biff! en el suelo, ?plaff! en la mano. Bang, biff, plaff, bang, bilf, plaff... —Es un muchacho agradable, tranquilo y bien educado. Ojalá Tommie trabara amistad con él. Además, tiene la edad conveniente; unos diez a?os, diría yo. —No sabía que Tommie tuviera dificultad en ganarse amigos. —Pues con los Sakkaro es difícil hacer amistad. ?Viven tan retraídos! Ni siquiera sé a qué se dedica el se?or Sakkaro. —?Para qué has de saberlo? A nadie le importa un pepino lo que haga ese hombre. —Es raro que nunca le vea salir a trabajar. —A mí nadie me ve salir yendo al trabajo. —Tú te quedas en casa y escribes. ?Y él? ?Qué hace? —Me atrevería a decir que la se?ora Sakkaro sabe qué hace el se?or Sakkaro, y que está muy consternada porque no sabe qué hago yo. —?Oh, George! —Lillian se apartó de la ventana y dirigió una mirada de disgusto a la televisión (Schoendienst estaba en el puesto de bateador). Creo que deberíamos hacer un esfuerzo; sí, los vecinos deberíamos hacerlo. —?Qué clase de esfuerzo? —Ahora George estaba cómodamente sentado en el canapé, con una ?Coca Cola? de las grandes en la mano, recién abierta y con el líquido casi convertido en escarcha. —El de conocerlos bien. —Oye, ?no la conociste cuando se trasladaron aquí? Me dijiste que fuiste a visitarla. —Sí, le dije: ?Hola?; pero ella se metió dentro, y como todavía tenían la casa en desorden, no podía pasar de eso, de decirle ?Hola?. Pero hace ya más de dos meses que están, y todavía no hemos pasado de un ?hola? de vez en cuando... ?Es tan rara! —?De veras? —Siempre está mirando al cielo. La he visto en esa actitud un centenar de veces, y basta que haya la menor nube en el firmamento para que no salga. Un día que el chico estaba fuera, jugando, le gritó que entrase, diciendo que iba a llover. Yo la oí y pensé: ??Santo Dios! ?Quién lo diría? Y yo que tengo la ropa tendida...? De modo que salí corriendo y, ?sabes?, hacía un sol deslumbrante. Ah, sí, había unas nubecillas; pero nada, en realidad. —?Llovió más tarde? —Claro que no. Había salido corriendo al patio por nada. George se había perdido entre dos blancos en la base y un fallo de los más enojosos, que provocaría una carrera. Calmados los ánimos y habiendo recobrado la compostura el lanzador de la pelota, George le gritó a Lillian, que estaba desapareciendo dentro de la cocina: —Bueno, como son de Arizona, me atrevería a decir que no distinguen las nubes que traen lluvia de las que no. Lillian regresó a la sala con un repicar de tacones altos. —?De dónde? —De Arizona, dice Tommie. —?Y cómo lo sabe Tommie? —Habló con aquel muchacho, entre manotazo y manotazo a la pelota, me figuro, y el chico le dijo que habían venido de Arizona; pero en aquel momento lo llamaron para que entrase en casa. Al menos Tommie dice que era Arizona... o
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