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全国等级考试资料网 2022-12-05 06:39:11 42

Lo dieron de alta el mismo día, pero los chanclos quedaron en el hospital.


4. - La historia en su punto culminante

Un número de declamación
Un viaje muy fuera de lo corriente


Todos los ciudadanos de Copenhague saben hoy día cómo es la entrada del hospital del rey Federico. Pero como puede darse el caso de que lean la presente historia algunas personas desconocedoras de la capital, forzoso nos será comenzar dando una descripción de ella.

El hospital queda separado de la calle por una reja bastante alta, cuyos barrotes de hierro están tan distantes entre sí, que algunos de los estudiantes internos de Medicina, si eran flacos, podían escabullirse por entre ellos y efectuar sus peque?as correrías por el exterior. La parte del cuerpo que más costaba de pasar era la cabeza; en este caso, como en tantos otros que vemos en la vida, las cabezas menores eran las más afortunadas. Lo dicho bastará como introducción.

Uno de los jóvenes candidatos, de quien sólo desde el punto de vista corporal podía decirse que tenía una gran cabeza, estaba de guardia aquella noche. La lluvia caía a cántaros, lo cual suponía un obstáculo más; pero, a pesar de todo, el mozo tenía que salir, aunque fuere sólo por un cuarto de hora. Para una ausencia tan breve no había necesidad de dar explicaciones al portero, pensó, con tal de poder escurrirse por entre las rejas. Allí estaban los chanclos que el vigilante había olvidado; ni por un momento se le ocurrió que pudiesen ser los de la Suerte, y si sólo que con aquel tiempo le harían buen servicio; por eso se los puso. Le vino entonces la duda de si podría o no pasar por entre los barrotes, pues nunca lo había intentado aún.

Y allí estaba.

??Quiera Dios que pueda pasar la cabeza!? -dijo, e inmediatamente, a pesar de que era grande y dura, pasó con facilidad y sin contratiempos, gracias a los chanclos; pero no el cuerpo, y allí se quedó.

??Uf, estoy demasiado gordo! -dijo-. Creía que la cabeza era lo más difícil. No podré salir?.

Trató entonces de retirarla, pero no hubo medio. Podía mover el cuello fácilmente, pero eso era todo. Su primer impulso fue de ira, y el segundo, de total desaliento. Los chanclos de la Suerte lo habían puesto en aquella terrible situación, y, desgraciadamente para él, no se le ocurrió desear liberarse de ella, sino que continuó forcejeando sin conseguir nada positivo. Seguía lloviendo intensamente, y por la calle no pasaba un alma. Le era imposible alcanzar la cadena de la campanilla de la puerta; ?cómo soltarse? Comprendió que tendría que permanecer allí hasta la ma?ana; entonces habrían de llamar a un herrero para que limase un barrote; pero esto lleva tiempo. Toda la escuela de pobres, situada enfrente, acudiría con sus alumnos uniformados de azul, todo el barrio marinero de Nyboder se concentraría allí para verlo en la picota; habría una afluencia enorme, mucho mayor que la del pasado a?o en que había florecido el agave gigante. ??Uf, la sangre se me sube a la cabeza, creo que me volveré loco! ?Sí, me volveré loco! ?Ah, si pudiese soltarme, todo estaría resuelto!?.

?Hubiera podido decirlo antes! No bien hubo manifestado aquel deseo, le quedó libre la cabeza y se precipitó al interior, desconcertado por el susto que acababan de causarle los chanclos de la Suerte.

Pero no crean que paró aquí la cosa, no; lo peor es lo que sucedió más tarde.

Transcurrieron la noche y el día siguiente, sin que nadie reclamara los chanclos.

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