西语童话阅读:LoquecontabalaviejaJuana(2)
-Los pobres tienen siempre el nido lleno de crías -gru?ía el propietario de la casa-. Si se pudiesen ahogar como se hace con los gatos, dejando sólo uno o dos de los más robustos, todos saldrían ganando. -?Dios misericordioso! -exclamaba la mujer del sastre-. Los hijos son una bendición divina, son la alegría de la casa. Cada ni?o, es un padrenuestro más. Si se hace difícil saciar a tantas bocas, uno se esfuerza más y encuentra consejo y apoyo en todas partes. Nuestro Se?or no nos abandona si no lo abandonamos nosotros. La propietaria estaba de acuerdo con Maren, la aprobaba con un gesto de la cabeza y le acariciaba la mejilla; lo había hecho muchas veces, e incluso la había besado, pero entonces la se?ora era una ni?a, y Maren, su ni?era. Las dos se querían, y siguieron queriéndose. Cada a?o, para las Navidades, de la finca del propietario enviaban provisiones a casa del sastre: un barril de harina, un cerdo, dos patos, otro barril de manteca, queso y manzanas. Todo aquello ayudaba a llenar la despensa. Entonces, Ivar Ulze se mostraba satisfecho, pero no tardaba en volver con su estribill -?Qué más da! La casa estaba hecha un primor, con cortinas en las ventanas y también flores: claveles y balsaminas. Un alfabeto de bordadora colgaba, bien enmarcado, en la pared, y a su lado una ?dedicatoria? en verso, obra de la propia Maren Ulze, que tenía ma?a en componer rimas. No estaba poco orgullosa de su apellido de ?Ulze?; era la única palabra de la lengua que rimaba con ?Sülze?, que significa gelatina. -?No deja de ser una ventaja! -decía riendo. Estaba siempre de buen humor, y nunca se le oía decir, como a su marid ??Para qué!?. Su expresión habitual era: ??A Dios rogando y con el mazo dando!?. Ella lo hacía así, y las cosas marchaban bien. Los hijos crecieron, dejaron el nido, se fueron a tierras lejanas y salieron todos de buena índole. Rasmus era el menor, tan hermoso de ni?o, que uno de los más renombrados pintores de la ciudad se brindó a pintarlo, tal como había venido al mundo. El retrato estaba ahora en el palacio real; la propietaria lo había visto allí, y reconoció al peque?o Rasmus a pesar de ir en cueros. Pero llegaron malos tiempos. El sastre sufría de artritismo en las dos manos, se le formaron gruesos nódulos, y tanto los médicos como la curandera Stine se declararon impotentes. -?No hay que desanimarse! -decía Maren-. De nada sirve agachar la cabeza. Puesto que las manos del padre no pueden ayudarnos, procuraré yo dar más ligereza a las mías. El peque?o Rasmus puede también tirar de la aguja. Se sentaba ya a la mesa de coser, cantando como una flauta; era un chiquillo muy alegre. Pero no debía quedarse todo el día sentado allí, decía la madre; habría sido un pecado contra el peque?o; tenía también que jugar y saltar. Juana, la hija del zuequero, era su mejor compa?era de juego. Su familia era aún más pobre que la de Rasmus. No era bonita, y andaba descalza; llevaba los vestidos rotos, pues nadie cuidaba de ella, y jamás se le ocurría hacerlo ella misma; no era sino una ni?a, alegre como el pajarillo al sol de Nuestro Se?or. Rasmus y Juana solían jugar junto a la piedra miliar bajo el corpulento sauce. El tenía grandes ideas; quería ser un buen sastre y vivir en la ciudad, donde había maestros que tenían diez oficiales en torno a su mesa; lo sabía por su padre. Allí se haría él oficial y luego maestro; Juana iría a visitarlo, y si sabía cocinar, prepararía la comida para los dos y tendría su propia habitación. A Juana le parecía todo aquello un tanto improbable, pero Rasmus no dudaba de que todo sucedería al pie de la letra. Y así se pasaban las horas bajo el viejo árbol, mientras el viento silbaba a través de sus ramas y hojas; era como si el viento cantara y el árbol recitara. En oto?o caían las hojas, y la lluvia goteaba de las ramas desnudas. -?Ya reverdecerán! -decía la mujer. 相关资料 |